Rodado en blanco y negro en siete días, con un presupuesto declarado de 2000
dólares, el primer largometraje de Juan Sebastián Mesa constituye una crónica
de dos jornadas en la vida de cinco jóvenes punk y artistas callejeros en
Medellín, Colombia.
Esos chicos son parte de “uno de los movimientos más enigmaticos y radicales
de nuestro tiempo”, afirma Mesa, quien sostiene que su película “habla de una
generación de soñadores desencantados que sienten que necesitan abrazar lo
desconocido y explorar el mundo por sí mismos”. Mediante la filmación de este
ecléctico grupo de chavales que tratan de sobrevivir con astucia en las
calles, Mesa hace mucho más que un retrato de grupo: retrata la lucha
diaria de las clases baja y media-baja, así como una ciudad que, ignorando a
una amplia periferia de su población más joven, pone en sus manos un peligroso
pero infinito patio de recreo.
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